Llueve. Las gotas golpean todo con su somnoliento clic-clac.
Llueve. Hace tanto que abajo, en el interior del metro, las penas se mojan, se entumecen y se acartonan.
La amargura tiene el alma dormida. Quizás porque así duele menos. O quizás es por no enfrentarla a los ojos.
Muy bonito.
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