Un tibio
rayo de sol alcanzó su rostro dormido. Abrió los ojos lentamente, al tiempo que
la luz le cosquilleaba el entumecido cuerpo.
“Oh Sol, ¡te he soñado tantas veces! ¡Quiero decirte
tantas cosas que sé que no te diré nada! Déjame sólo contemplar tu dorada faz
antes de que la noche vuelva a atraparme con sus pesados brazos. Déjame el
recuerdo de que al menos una vez te tuve enfrente. Déjame el consuelo de
seguirte soñando, y así en mi letargo creeré que me estás esperando”