jueves, 13 de junio de 2013
martes, 11 de junio de 2013
Leyenda
—La transmigración está muy cerca.
—Si. Lo sé —dijo amargamente, con la mirada fija en el horizonte. Cuando pensó que nunca más volvería a ver las bellas puestas de sol de su planeta, algo en el resplandor amarillo de sus pequeñas alitas perdió vitalidad. Observó como las dos lunas se acercaban la una a la otra en el frío cielo nocturno, sobre las montañas. Y recordó la leyenda de los amantes que se reúnen furtivamente, aprovechando la ausencia del Dios Sol, guardián del mundo, que impide que los dos enamorados se encuentren y provoquen el fin del mundo. La simpatía que había sentido de pequeña por los dos amantes se había esfumado completamente. Dentro de poco tiempo los dos satélites se unirían por vez primera desde que el mundo era mundo—. Todas las leyendas tienen algo de cierto, ¿no te parece? —las palabras rasgaron el aire pesadamente, envueltas por la pena que emanaba sobre sus cabezas en una nube de color morado.
Ahora, a pesar de haber transcurrido más de 200 años, recordaba aquel momento vívidamente. Añoraba su planeta natal. Solía sentarse en las noches de luna llena en un claro del bosque. Y miraba aquel extraño cielo negro. Siempre sentía la sensación de que la Luna parecía triste, tan sola.
—Abuela —un fulgor amarillo revoloteaba a su alrededor—, cuéntame la historia de Mary.
Eso fue hace muchísimos años, al principio de llegar a este planeta; ni siquiera había nacido todavía tu madre. Me hice muy buena amiga de una niña humana que se llamaba Mary. Siempre venía a jugar al bosque y yo me hacía corpórea para que ella pudiese verme. Me traía trozos de jengibre todos los días y yo le hacía cosquillas de luz.
—Madre, no me gusta que le cuentes esas historias a mi hija. No le formes falsas expectativas sobre los humanos en su joven mente.
—Lo siento, no pretendía hacerlo. En cualquier caso, es una historia real.
—Madre —sus alas chocaron cariñosamente—, se que no lo haces con mala intención, pero los humanos son peligrosos y no debe ser vista por ellos.
—Los humanos no son malos. Sólo nos tienen miedo.
—Si, nos tienen miedo porque en el fondo saben que somos seres superiores, aunque para ellos sólo seamos criaturas del bosque, hadas, duendes.
—Ciertamente son seres un tanto estúpidos, hija, pero en estos últimos años han avanzado mucho. Quizás algún día...
—Algún día, cuando destruyan completamente los bosques, nos veremos obligados a traicionar nuestra naturaleza pacífica y enfrentarnos a ellos. Ese día llegará. Nosotros seremos los vencedores y el planeta Tierra saldrá beneficiado.
—Si. Lo sé —dijo amargamente, con la mirada fija en el horizonte. Cuando pensó que nunca más volvería a ver las bellas puestas de sol de su planeta, algo en el resplandor amarillo de sus pequeñas alitas perdió vitalidad. Observó como las dos lunas se acercaban la una a la otra en el frío cielo nocturno, sobre las montañas. Y recordó la leyenda de los amantes que se reúnen furtivamente, aprovechando la ausencia del Dios Sol, guardián del mundo, que impide que los dos enamorados se encuentren y provoquen el fin del mundo. La simpatía que había sentido de pequeña por los dos amantes se había esfumado completamente. Dentro de poco tiempo los dos satélites se unirían por vez primera desde que el mundo era mundo—. Todas las leyendas tienen algo de cierto, ¿no te parece? —las palabras rasgaron el aire pesadamente, envueltas por la pena que emanaba sobre sus cabezas en una nube de color morado.
Ahora, a pesar de haber transcurrido más de 200 años, recordaba aquel momento vívidamente. Añoraba su planeta natal. Solía sentarse en las noches de luna llena en un claro del bosque. Y miraba aquel extraño cielo negro. Siempre sentía la sensación de que la Luna parecía triste, tan sola.
—Abuela —un fulgor amarillo revoloteaba a su alrededor—, cuéntame la historia de Mary.
Eso fue hace muchísimos años, al principio de llegar a este planeta; ni siquiera había nacido todavía tu madre. Me hice muy buena amiga de una niña humana que se llamaba Mary. Siempre venía a jugar al bosque y yo me hacía corpórea para que ella pudiese verme. Me traía trozos de jengibre todos los días y yo le hacía cosquillas de luz.
—Madre, no me gusta que le cuentes esas historias a mi hija. No le formes falsas expectativas sobre los humanos en su joven mente.
—Lo siento, no pretendía hacerlo. En cualquier caso, es una historia real.
—Madre —sus alas chocaron cariñosamente—, se que no lo haces con mala intención, pero los humanos son peligrosos y no debe ser vista por ellos.
—Los humanos no son malos. Sólo nos tienen miedo.
—Si, nos tienen miedo porque en el fondo saben que somos seres superiores, aunque para ellos sólo seamos criaturas del bosque, hadas, duendes.
—Ciertamente son seres un tanto estúpidos, hija, pero en estos últimos años han avanzado mucho. Quizás algún día...
—Algún día, cuando destruyan completamente los bosques, nos veremos obligados a traicionar nuestra naturaleza pacífica y enfrentarnos a ellos. Ese día llegará. Nosotros seremos los vencedores y el planeta Tierra saldrá beneficiado.
domingo, 2 de junio de 2013
El yugo de la antimusa
Sólo frente a los folios en blanco, los nervios iban agarrándole el estómago, cada vez más profundamente, como los micelios de un hongo, extendiendo su red poco a poco, llegando incluso a alcanzar su cerebro; paralizándolo.
Era una sensación muy extraña.
Había un historia atrapada en su interior. Casi podía visualizar las palabras que formaban su alma, pero no recordaba su nombre ni su aroma. Algo no la dejaba salir, y si no hacía nada por evitarlo acabaría desvaneciéndose. Como un espíritu exorcizado.
Derrotado, se fue a dormir. En ese trance del duermevela, en el silencio arenoso de la oscuridad, el espíritu encerrado lo llamó. Y alguna chispa se encendió en su interior, haciendo que las ideas brotaran libres, y las palabras comenzaran a salir, ordenadas y con sentido.
Leyó el texto escrito, como si fuese de un extraño. Y una lágrima se deslizó por su rostro. ¡El espíritu dormido era tan hermoso¡
Era una sensación muy extraña.
Había un historia atrapada en su interior. Casi podía visualizar las palabras que formaban su alma, pero no recordaba su nombre ni su aroma. Algo no la dejaba salir, y si no hacía nada por evitarlo acabaría desvaneciéndose. Como un espíritu exorcizado.
Derrotado, se fue a dormir. En ese trance del duermevela, en el silencio arenoso de la oscuridad, el espíritu encerrado lo llamó. Y alguna chispa se encendió en su interior, haciendo que las ideas brotaran libres, y las palabras comenzaran a salir, ordenadas y con sentido.
Leyó el texto escrito, como si fuese de un extraño. Y una lágrima se deslizó por su rostro. ¡El espíritu dormido era tan hermoso¡
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