jueves, 1 de septiembre de 2016

Río a ninguna parte

Cerró los ojos. Con fuerza. Hasta que dolió.
Sólo así podía escuchar el agua resbalando por las suaves piedras, susurrándole palabras de consuelo en el idioma de los ríos. Todo era azul con los ojos cerrados; el cielo sin nubes y la brisa con olor a vida.
Los abrió y el pequeño cervatillo que pastaba en la orilla ya no estaba. A cambio un monstruo de ojos amarillos y dientes mortales lo miraba quedamente. Y las aguas, antes límpidas y cantarinas, eran de un líquido rojo y maloliente. —Exactamente como olería el infierno si existiese —pensó.
La noche alcanzó a la oscuridad y el pantano se llenó de ruidos extraños, lamentos, voces de seres inverosímiles. El monstruo seguía mirándolo, con ojos que se saben vencedores antes siquiera de comenzar la batalla.
A pesar de estar atrapado en el barro consiguió mirar un instante al cielo, con la esperanza de poder ver por última vez, entre las infinitas estrellas, aquella que llamaban Sol.
El demonio de ojos amarillos comenzó a avanzar hacia él. Despacio. No tenía prisa, lo sabía.
Cerró los ojos nuevamente. Tan fuerte que unas lágrimas de su río azul escaparon, contaminándose con la atmósfera emponzoñada.
Apretó con rabia los párpados y vió a su cervatillo; y el fresco aire le acarició la cara.